material reciclado .


Cineteca Nacional Que se vayan todos

Septiembre 30 de 2009


A los autores del secuestro de la Cineteca Nacional

Al público restante

Al que ha dejado de asistir

Durante mucho tiempo, la Cineteca Nacional no ha hecho más que empeorar. Problemas que, si hubiera gente de otra índole a las órdenes y al mando, tendrían solución en horas o minutos, o de un día para otro, allí duran años y sexenios, a pesar de las quejas y críticas, así como la pérdida de un público de calidad, también en cantidad. Ha habido remodelaciones salvajes y brutales (como la destrucción del piso de losetas con nombres de compositores mexicanos de canción popular) y aparentes modernizaciones (del carísimo estacionamiento, por ejemplo) que se detienen a las puertas de los cuartos desde donde los secuestradores del recinto proyectan su absoluta falta de respeto al público y al cine (a veces lo hacen desde un ruidoso aparato colocado entre las butacas).

La calidad de la exhibición en general y particularmente durante ciclos o retrospectivas, foros y muestras, es tan baja que, en vez de cobrar, deberían pagarle a uno por tolerar semejante insulto. En estos casos, por el contrario, no se aplican los tradicionales descuentos de martes y miércoles; la mayoría de las películas está en video digital (DVD), lo que supone una pésima imagen, la peor posible, sin exagerar, prácticamente una mancha difusa, además fuera de cuadro o sin extender hacia lo ancho o mutilada. Cuando no es proyectada en el techo y las paredes, con los subtítulos fuera de la pantalla (o sin subtítulos, así la película esté hablada en inglés), es una miniatura comparable con un televisor. En formato de 35 milímetros o cinta de carrete, a las secuencias les faltan fotogramas y se ven oscuras y opacas (hecho que antes criticaba el director actual, quien ahora culpa de la disminución del público a un camión de naranjas). El audio de las películas más viejas, en carrete o DVD, lastima los oídos y provoca dolor de cabeza. A mitad de la última función, la proyección se desenfoca progresivamente hasta el final y no hay quien corrija eso porque los cácaros se van antes de que termine la película; cuando siguen allí, apagan todo antes de que uno termine de leer los créditos. Por si fuera poco, muchas películas importantes son exhibidas con demasiados meses de retraso respecto al estreno comercial o simplemente nunca.

En fin. Cuando no es una cosa es otra o varias al mismo tiempo o todas, además de las que falta por mencionar, pues la lista es interminable, y los responsables de que todo esté mal, tanto como sea posible y cada vez peor, viven en un limbo de autoengaño; su vocación de autosabotaje parece no tener límite, pues a veces el caos es de antología fenomenal, como el ciclo dedicado a Pier Paolo Pasolini o la charla con Guillermo del Toro, después de romperle toda la madre, para decirlo en buen mexicano, a su obra maestra, El laberinto del fauno, con interrupciones que, además de la continuidad, hacían perder la concordancia entre imagen y sonido, como también suele ocurrir.

Las críticas y quejas no tienen efecto alguno, a cambio de la indolencia o nula percepción del público restante, que ha bajado notoriamente de nivel, ha disminuido su calidad en la misma medida que la cineteca (si es que todavía se puede hablar de calidad); de ahí que no deje de platicar durante las películas ni de comer haciendo ruido ni de saltar sobre los asientos y patear los de enfrente o poner los pies encima, ni de prender la luz de sus celulares o contestarlos, señalar con la mano la pantalla, reír a carcajadas y aplaudir al mismo tiempo hasta por el descuartizamiento de niños y, como corolario, beber cerveza y dejar los envases en los asientos (este consumo está por ser negocio del propio recinto... si lo permitimos).

Pero nosotros no somos representativos de ese público, sino del que ha perdido la cineteca (pérdida que, para los autores del secuestro, ha de ser ganancia) o del que sigue asistiendo y sale ofendido, indignado, frustrado, inclusive agredido, y expresa de múltiples formas y por diversas vías su inconformidad, su descontento, su molestia, pero sin más respuesta que una soberbia inaudita o el silencio; somos representativos del público exigente que, desde hace años, dejó de tener cabida o lugar allí, a pesar de ser suyo. Por eso, como la Cineteca Nacional es del público en su totalidad y no de la partida de burócratas ineptos, medio sordos y medio ciegos, que si tuvieran un ápice de honestidad se dedicarían a otra cosa, muy otra, exigimos que se vayan todos, que no quede ni uno solo de quienes han hecho del desastre algo normal y no conciben otra posibilidad. Obviamente habrá alguien capaz de cargar con el paquete que a ellos les queda inmenso porque ni entre todos se hace uno a la altura de lo que debería ser este recinto institucional convertido en basura reciclada.

En ningún país del mundo es tolerada tanta estulticia por tanto tiempo. Hasta en México, donde parece que no, todo tiene un límite.

Gustavo García, Isela Vega, Sergio Aguayo, Valentín Rincón, Nayeli Nesme, Betsy Pecanins, Hebe Rosell, Laura Abitia, Gabriel Sanvicente, Adriana Portillo, Carla Faesler, Patricia Vega, José Gil Olmos, Demetrio Béaz, Anatolio Vázquez, Fernando Belaunzarán, Héctor Cerezo, Claudia Santiago, Hena Moreno Corzo, Roberto Landero, Pedro Meyer, Joaquín Palma, Lena García Feijoo, Elsa Ayón Suárez, Andrea Peláez Zárate, José Luis Mariño, Enrique González Ruiz, Joel Simbrón del Pilar, Ana Gabriela Hernández, Y'aha Rosa Sandoval, Guadalupe Hernández Arzaba, Graciela López, Denise Alamillo, Alma Sánchez, Heriberto Rodríguez, Romina Duarte, Yan Ledesma, Elizabeth Elizalde Salazar, Raquel Padilla Ramos, Rocío Becerra Montané, Diana Aurora Alvarado, Yuri Raúl Vargas, Nancy Espríu Torres, Dieter Koll Giffenig, Isabel Vergara, Mónica Enríquez, Brenda Navarro, Alma Ramírez, Denise Escamilla, Ilich Carlos Gómez, Ana Cristina Hernández, Grisel Io Yanagida, Erika Saavedra, Jorge Alejandro Suárez, Claudia Caballero Zagler, Mónica Silva, Ruby Villarreal, Marcello Skazo y La Real Skasez, Daniel Iván y La Voladora Radio, Aleida Gallangos y Mexicanos sin Fronteras.

Responsable de la publicación: Iván Rincón Espríu


Septiembre 22 de 2009


Junto a la taquilla está anunciada la película Por ella, de Fred Cavayé, después del cortometraje Mi ángel de la guarda, de Francisco Jiménez, para las 19:00 horas. Pregunto al taquillero lo que sería obvio en cualquier otro lugar, a saber, si puede uno ver ambas películas a dicha hora, o sea, el corto y luego el largometraje. El taquillero titubea, consulta el monitor de la computadora y, con evidente inseguridad, contesta que sí. Llego a la sala uno y entro al baño; escucho que la película ya empezó, aunque faltan alrededor de diez minutos para las siete; reviso mi boleto y descubro que es para las nueve de la noche; le pregunto al que recoge los boletos si el cortometraje comenzó antes de las siete y advierto que no está enterado de ningún cortometraje, que para él, como para el taquillero, los que programan la cartelera y los que hacen el cartel, la película comienza a las siete. Alcanzo a ver el final del corto y, después del largometraje, me quedo a ver el corto desde el principio. El público desaloja la sala y nada más quedamos dos empleados y yo; uno de ellos es el que recoge los boletos y la otra es una jefa obesa, prepotente y estúpida, que me grita desde la entrada: "Ya terminó la función, señor, y no se permite permanencia". Le contesto: "No he visto el cortometraje porque en la taquilla me dijeron que empezaba a las siete". El que recoge los boletos murmura: "Sí lo vio porque hasta me preguntó a qué hora había empezado". Ella repite: "Su función ya terminó, señor; tiene que abandonar la sala". Yo también repito: "Voy a ver el corto porque pagué para ver las dos películas y solo he visto una". El que recoge los boletos me acusa: "Además, su boleto es para las nueve de la noche". La mujer me dice lo que acaba de oír. "Con más razón", le digo; "a ver si ponen atención en lo que hacen, porque todo lo hacen mal". La mujer sube las escaleras a preguntarme de cerca: "¿Me puede decir su nombre?". Le contesto: "Claro que puedo. ¿Para qué lo quiere?". Ella dice: "Es que ya lo he visto antes y siempre hay problemas con usted, es muy conflictivo, pero ya lo tengo identificado"... Interrumpo su regreso tautológico a la amenaza velada: "En vez de amedrentarme, deberían ofrecer disculpas". La mujer truena el hocico tan ruidosamente que un cerdo sería sutil en comparación con ella, que baja las escaleras diciéndole al otro de su especie: "Déjalo. Ya lo tengo identificado". Nomás le faltan las esposas y el tolete, pienso. El otro sube también las escaleras y me dice: "Puede quejarse en la dirección, pero tiene que abandonar la sala". Entonces me recuesto en el asiento con las piernas cruzadas: "Voy a ver el cortometraje y no tengo por qué seguir hablando con ustedes". El empleado insiste: "Abandone la sala y vuelva a entrar". Le contesto con una risa que no disimula mis ganas de golpearlo, pero él hace más que insistir: "Tiene que salir y volver a entrar porque los demás están formados mientras usted ya está muy cómodo aquí".

-Para eso pagué, para estar muy cómodo, y para eso sobran asientos, para que todos estemos muy cómodos.

Mi interlocutor de más hace un ademán que puede interpretarse como que use la cabeza. "Eso me corresponde a mí decirlo, pero no creo que tenga caso", le digo. "Como si no fuera suficiente, hacen el conflicto lo más grande posible".

-¿Cuál conflicto? No hay ningún conflicto.

-No creo que no lo vea; creo más bien que usted quiere bronca.

El empleado se va y espero a que regrese con un policía, lo cual no sucede. Veo el cortometraje y salgo por la puerta de entrada, en donde no hay nadie, porque el provocador en ciernes terminó entendiendo que habría bronca y optó por esconderse. Al pasar junto al buzón para el público, echo el pedazo de papel con que me sequé las manos, sabiendo que usan las «quejas y sugerencias» para limpiarse, pues su criterio es más estrecho que el conducto de la mierda en que han convertido a la Cineteca Nacional, que debería ser la mejor opción para ver cine y es la peor de todas en todo el país y quizás el mundo, así sea la más rascuache o un mugriento cine porno, y yo he de ser masoquista. Por supuesto. No es que todos aquí sean absolutamente imbéciles y absolutamente deshonestos; lo que pasa es que soy "muy conflictivo". Lo bueno es que ya se van al carajo. ¡Ya era hora!


Junio 4 de 2009


Miércoles 3 de junio, 21.00 horas. En la entrada a las salas 4, 5 y 6 de la Cineteca Nacional hay tres personas más interesadas en unas palomitas de maíz que en la película y el público al que estorban y hacen esperar mientras la mujer que recoge los boletos les dice dónde comprar sus palomitas; el público soy yo, que tengo prisa por pasar al baño antes de ver la película; en el baño resbalo con un charco de agua sucia frente a los lavamanos, y no hay papel para secarse; me pregunto si así es aquí el regreso a la "normalidad", una vez superada la sicosis de la contingencia sanitaria.

La sala 5, donde será exhibido el documental Bajo Juárez, de Alejandra Sánchez y José Antonio Cordero, es una de las más pequeñas y, aun siendo miércoles, día que las entradas son más baratas, está vacía. Ser el único espectador me sorprende y hace sentir bastante raro; luego de unos minutos llega el grupo más interesado en sus palomitas que en la película; inmediatamente, llega también una pareja de jóvenes que se acomoda en la última fila con los pies en los asientos de enfrente, junto a mí, platicando con singular chorcha; comienza la función y el formato es el peor posible, con la calidad de imagen más baja posible (si acaso es posible hablar de calidad en estos casos) y la proyección está descuadrada; la pareja no deja de platicar en voz alta, casi a gritos, y mover los asientos de enfrente. Desde el principio, algo me parece familiar y caigo en la cuenta de que algunos protagonistas del documental son los mismos de un cortometraje que había visto seis años antes (supongo que Ni una más, también de Alejandra Sánchez). A la molestia por ver algo en pésimas condiciones y escuchar voces detrás de mí y sentir golpes y movimientos o vibraciones en los asientos, se agrega y crece la cólera inevitable ante una inmensa tragedia con todas las facilidades posibles, algunas realmente inconcebibles, inimaginables; las dolorosas expresiones de parientes, en su mayoría mujeres, de las víctimas de un sistema genocida, un feminicidio sistemático, las inteligentes exposiciones de tres expertos muy serios y muy bien documentados, así como la hipocresía, la demagogia y la burla de las "autoridades" competentes, cómplices por omisión o comisión de crímenes que atentan contra la humanidad o lo que al mundo le queda de ella, me producen un nudo en la garganta; procuro controlarme y fracaso en el intento; encaro enfurecido a la pareja de atrás y grito: "¡Oigan, cabrones! ¡Cállense ya o lárguense!" Intimidados (no creo que avergonzados), contestan asintiendo con la cabeza y, santo remedio, no vuelven a hablar, pero dejan los pies en los asientos de enfrente...

Si algo hace aparentemente distintos de entrada este documental y Trazando Aleida, de Christiane Burkhard, es su publicidad en pantalla. Los adelantos de Trazando Aleida, quizás editados en la misma cineteca, predisponen al público, al menos a mí, como si se tratara de un drama sensiblero y previsible, noción que afortunadamente cambia al ver el documental y conocer a la familia de la protagonista, así como a la realizadora (conocer también a jóvenes de la organización HIJOS y a la periodista y traductora Tania Molina es ganancia). La publicidad audiovisual de Bajo Juárez, en cambio, no son adelantos, sino brevísimos comentarios de actores y actrices (incluida Vanessa Bauche, productora del documental), la periodista Carmen Aristegui y la cantante Eugenia León (Aristegui dice más que todos los demás juntos). Sin afán de poner mayor énfasis en los errores que en los aciertos, lo primero que llama la atención es un error, pues el nombre completo del documental es Bajo Juárez - La ciudad devorando a sus hijas y, salvo que se refiera a "la ciudad" en sustantivo, lo cual es por demás improbable, no son hijas de Ciudad Juárez las únicas víctimas de tal voracidad; muchas son mujeres que viajan tres días en camión desde lugares como Veracruz para trabajar en las maquiladoras; inclusive la canción final tiene como tema central ese hecho y es el caso de una de las protagonistas.

El estreno comercial de Bajo Juárez ocurrió a principios de octubre pasado, así que su exhibición aquí tiene casi ocho meses de retraso (pues además lo presentan sin un ápice de vergüenza como "estreno", burla que se pone a tono con las fiscalías especiales y demás eslabones oficiales de esta cadena de ignominia), lo cual explica en parte la ausencia de público en cantidad y calidad. A mitad del largometraje que dura 96 minutos hay un salto atribuible a la exhibición, no a la realización (como para confirmar que la tolerancia del público asistente a la cineteca no tiene límite), y entonces todo apunta coincidentemente a la complicidad de Vicente Fox y sus allegados en la continuación de esta espiral de criminalidad impune. A saber cuánto tiempo del documental nos escamotean, quizá con una mutilación que no pasa de ser un fallido intento de censura o quizá con la pérdida accidental de unos cuantos segundos, pero de ningún modo escapa ese círculo de poder en las alturas a los indicios desde abajo, aunque las acusaciones directas, con nombres y apellidos, cuando las hay, no pasan de funcionarios intermedios. Una de las protagonistas de este documental y el cortometraje de hace seis años, Alejandra Andrade, madre de Lilia Alejandra García, una joven asesinada con todos los agravantes que concurren en el síndrome de Ciudad Juárez, menciona los nombres de esos funcionarios en una manifestación pública, pero el documental como tal no hace acusaciones; cuando se trata de Fox y sus amigos, hace más bien insinuaciones tímidas, por no decir cobardes. Sergio González Rodríguez, autor del libro Huesos en el desierto, por ejemplo, dice ante la cámara lo que sabemos desde hace casi una década: que algunos empresarios presumiblemente implicados en esta masacre de mujeres financiaron la campaña de Fox, en consecuencia endeudado a la sazón con poderosos criminales, en consecuencia más poderosos a la sazón del sexenio pasado y de los cuales no es mencionado aquí ni un solo nombre, vaya, ni siquiera el de Lino Korrodi, artífice financiero de Amigos de Fox y suegro de Valentín Fuentes, uno de los principales autores de la barbarie genocida en Ciudad Juárez, como bien lo sabe el FBI gringo y no creo que lo ignore la PGR mexicana. Tampoco se dice que Francisco Barrio, política y personalmente cercano a Fox y Sahagún, fue presidente municipal de Ciudad Juárez, cuya delincuencia organizada financió su campaña para ser electo gobernador del estado de Chihuahua en 1992, cuando sucedieron los primeros casos de mujeres victimadas con patrones similares en el bastión del cártel de Juárez (el documental ubica el inicio de esta pesadilla en 1995, otro error).

No olvidemos que Francisco Barrio culpó de su propia desgracia a las mujeres secuestradas, ultrajadas, torturadas, mutiladas, asesinadas y desaparecidas por ser "provocativas" y consideró "normal" el número de casos; durante su mandato como gobernador, el cártel de Juárez se expandió hasta ser el más grande del continente, con Amado Carrillo a la cabeza, desplazando inclusive a los colombianos. De hecho, Barrio tomó posesión del cargo en octubre de 1992, unos meses antes de que Amado Carrillo asumiera el control del cártel en abril de 1993, luego de la detención del jefe anterior. A pesar de los indicios de negligencia, omisión y encubrimiento en las investigaciones de los feminicidios, indicios ampliamente documentados por periodistas y organizaciones independientes en defensa de los derechos humanos, así como por las madres de las víctimas, algunos funcionarios del equipo de Barrio ocuparon más tarde puestos de alto nivel en el desgobierno de Fox, como el ex procurador general de justicia del estado, Francisco Javier Molina, y el ex primer comandante de la policía judicial, Alejandro Castro... Nada de eso informa el documental.

Entre los familiares de las víctimas nadie quiere nombrar tampoco a los grandes empresarios, porque su poder fáctico o su influencia directa en el poder formal infunde tanto miedo como cualquier otra mafia, llámese cártel de Juárez o amigos de Fox, pero el documental dibuja con claridad gráfica el mapa de las zonas bajo su dominio y la confluencia en el hallazgo de cadáveres femeninos; esa es quizás, en términos panorámicos, su mayor aportación.

Para alguien medianamente informado, Bajo Juárez no aporta nada nuevo en cuanto a documentación, pero en lo personal hay algo que logra calar bastante hondo y no deja de vibrar en mi obsesiva mente, o sea, en mí, obsesivamente: Diana Washington, que ha investigado con valentía y lucidez el escabroso tema como reportera de El Paso Times y autora del libro Cosecha de mujeres, dice que hay policías contratados para llevarse los cadáveres de mujeres asesinadas en fiestas de gente poderosa y dejarlos en otros lados; este hecho, aunque no es sorprendente, desvela una trama criminal con elementos suficientes para una novela policiaca o el guión de una película de ficción inspirada en la realidad, que suele superar a la imaginación cuando se trata de maldad patológica o perversidad, por supuesto, relacionándolo con las sospechas más difundidas, a saber, que hay por lo menos dos asesinos seriales que operan al amparo de una amplia red de complicidades, en la cual están directamente involucradas las autoridades judiciales, cuyo principal papel es la fabricación de culpables...

En fin. Cuando pequeñas frases como "cadena de impunidad" se hacen lugares comunes estamos ante un trágico fenómeno y quizá la mayor de las tragedias sea que nos acostumbremos a ellas.

Aunque nada es nuevo en términos informativos, a pesar de que la investigación abarca de 2001 a 2007, nada es trivial tampoco en el documental, ni siquiera sus omisiones, pero hay algo más allá de los datos que toca fibras sensibles: la dignidad de los familiares de las víctimas, incluidos los chivos expiatorios, algunos de los cuales mueren en la cárcel bajo circunstancias sumamente oscuras; el aspecto humano de la tragedia tiene aquí una expresión más nítida y cálida que la información objetiva y fría.

Carmen Argueta, una señora de condición paupérrima y apariencia muy frágil ("así de flaca y chimuela como me ven"), que lucha de por sí para sobrevivir, tiene que luchar también para encontrar a su sobrina Neira y después para liberar a su hijo David Meza, injustamente detenido por el asesinato de la muchacha y los demás delitos que preceden a la desaparición forzada; es un caso emblemático, pues la señora saca fuerzas de su dignidad; el hijo regresa de Chiapas, donde trabajaba, para presionar a las autoridades locales, hasta que el procurador Chito Solís, bajo el mandato de Patricio Martínez, les dice: "¡Ya me tienen hasta la madre! ¿Quieren un culpable? Mañana mismo lo consigo". Entonces aparece el cadáver de la desaparecida, y la policía detiene a David Meza y al padre de Neira, los tortura física y sicológicamente, sobre todo al primero, y la "justicia" lo condena con puras pruebas falsas pero "suficientes y bastantes". En la pantalla vemos a un hombre moralmente derrotado, pero sabemos que si no fuera por doña "flaca y chimuela como me ven" ya lo habrían matado en la cárcel, como a otros chivos expiatorios, y punto, caso cerrado. "No me puedo dar el lujo de enfermarme", dice la señora; "no me puedo dar el lujo de morirme, porque para mí sería un lujo", y al decir "para mí" libera un llanto contenido quizá durante días o semanas; sus palabras y actitudes coinciden con las de otras mujeres cuyas luchas tengo presentes ahora y que ya comentaré; más adelante, vemos cómo le impiden pasar a Los Pinos, en donde tiene concertada una audiencia con Fox; no es la primera vez que tiene audiencia, pero en esta ocasión intenta pasar con su familia y no la reciben, por lo que dice a la cámara: "Ya no me dejan pasar a mí tampoco y eso es lo que más me descorazona". Rompe otra vez en llanto y continúa: "De por sí somos pobres y ahora con esto no podemos trabajar, no tenemos dinero. ¿Sabe usted cuánto nos cuesta venir hasta acá para nada? ¿Qué vamos a hacer ahora con esta miseria?". El episodio es especialmente dramático, pues la mujer habla con el rostro empapado por las lágrimas y una elocuencia desgarradora que termina diciendo: "Imagínese lo que sentí cuando vi a la fiscal especial riéndose mientras metían a nuestra niña en una bolsa", y las imágenes muestran a la fiscal especial riéndose con singular alegría mientras cierran la bolsa de plástico en donde yace la muchacha asesinada luego de vejarla con un sadismo que avergonzaría inclusive al marqués de Sade.

No menos estrujante y lacerante es el testimonio de una menor de edad, secuestrada por un grupo de policías que la penetran por la vagina y el ano con el cañón de una pistola como castigo por haber denunciado a sus secuestradores y violadores (leíste bien, no es necesario repetirlo). Carajo, piensa uno. ¡En qué pinche mundo vivimos!

Alejandra Andrade, madre de Lilia Alejandra García, es una mujer físicamente más grande que termina ocupando el lugar de su hija asesinada; ahora es la mamá de sus dos nietos, que se convierten en la principal razón de su existencia y su lucha; la fortaleza y la dignidad que crecen en ella y la transforman son algo digno de encomio y solidaridad, así como un ejemplo a seguir, que despierta simpatía y contagia coraje y energía; su esposo murió de cáncer por no tener con qué pagar los medicamentos y ahora ella sabe hasta de medicina forense por el seguimiento puntual al caso de su hija. Vaya paradoja: la gente más pobre, además despojada de algo tan valioso como una hija, se crece en el castigo, como dice Miguel Hernández, comparándose con un toro desangrado, cuanto más herido, más bravo.

Indignación y coraje provoca este documental, aunque refritea, como ya dije, episodios que hemos visto desde hace años, uno de los cuales es la famosa conferencia de prensa en donde Jane Fonda, entre otras celebridades, primero llora mientras las demás hablan y, en su turno, se descarga contra los secuestradores, violadores, torturadores y asesinos de mujeres, y contra las "autoridades" que terminan de arruinar a los familiares de las víctimas, como si no fuera suficiente su desgracia, y los hacen pagar la culpa de otros a quienes tienen perfectamente identificados... Confieso que al principio me resultó más bien molesto el llanto de Jane Fonda mientras las demás hablan; me pareció un llanto protagónico el suyo, quizá predispuesto yo por las ocasiones que aprovecha Ofelia Medina para llorar sin consuelo ni consideración alguna; pero al traducir su duelo en indignación y cólera con un discurso inteligentemente articulado y demoledor que no deja piedra sobre piedra, Jane Fonda se confirma como la mujer admirable que en su juventud llamó a desertar del ejército gringo para acabar con la ignominiosa y criminal intervención de Estados Unidos en Vietnam, a riesgo de ser acusada de "alta traición" y condenada a muerte. Aunque Jane Fonda es la mejor actriz del siglo XX, por lo menos en Hollywood, no parece actuar al tomar la palabra esta vez y, después de aludir a la corrupción y al racismo de las "autoridades" mexicanas, terminar arremetiendo incluso contra los periodistas presentes: "¿Por qué tienen que venir figuras y estrellas internacionales para que haya tantos reporteros en una conferencia de prensa y la muerte de tantas mujeres vuelva a ser noticia?" En otras palabras: ¿En qué parte del camino perdimos la sensibilidad y la capacidad de asombro? ¿En qué momento dejamos de ser humanos?

Quizá gente como la que asiste a la Cineteca Nacional para platicar a gritos con los pies en las butacas delanteras mientras alguien documenta que cientos de mujeres, en su mayoría jóvenes proletarias, son sistemáticamente convertidas en objetos desechables, y sus familiares, si acaso encuentran algo, es más injusticia... Quizá gente como la que pide su boleto en la taquilla "para las muertas de Juárez" y le interesan más unas palomitas de maíz... Quizá los que sabotean estos documentales y todo cuanto pueden sabotear, no solo porque son miserables de mente y alma, sino porque además es la encomienda del fascismo usurpador y su enanismo magno... Quizás esta gente, sin saberlo, haga suyo el cinismo de Stalin: la muerte de una persona es una tragedia; la de cientos o miles de personas, así esté precedida por una saña inhumana de rabiosa crueldad, es un dato estadístico.

22.50 horas. En la sala 5 no queda nadie más que yo, leyendo los "agradecimientos finales", cuando se oscurece la pantalla y se apaga el sonido; el ácaro ha decidido que la película ya terminó; volteo a verlo para que se lleve al menos una mirada de reclamo, pero el cuarto de proyección está oscuro. Antes de irme, paso de nuevo al baño y allí sigue el charco de agua sucia y todavía no hay papel para secarse las manos. Qué bonito lugar, pienso. Qué bonita ciudad. Qué bonito país. Que bonito mundo.


Agosto 27 de 2008


Digresión ecológica

La Cineteca Nacional cuenta por fin con un buzón para que el público deje sus «quejas y sugerencias». Por lo visto, a los secuestradores del lugar les pudo el escarnio que alguien hizo con respecto a que hubiera un buzón para los empleados y ninguno para el público. Lo que no ha tenido ni el más mínimo efecto son las «quejas y sugerencias» que el público hace por eso medio, a menos que hasta hoy nadie se haya quejado, por ejemplo, de que en las dos salas más grandes las películas se proyectan siempre fuera de la pantalla (fuera de broma, hasta en el techo), o de que se ven oscuras y opacas, o de que los cácaros apagan a veces el proyector antes de que terminen de pasar los créditos, o de que suben el nivel de audio cuando es de baja calidad y, de paso, dejan al público tan sordo como ellos, o de que se exhiben películas en DVD o «video digital» (imagen difusa y audio saturado) y además nos cobran por tolerar esa falta de respeto... En fin. Seguramente nadie se queja del autosabotaje y más bien deposita felicitaciones y agradecimientos.

De hecho, el buzón para «quejas y sugerencias» del público es solo una de las novedades, porque ahora resulta que, antes de ver una película, tenemos que sufrir anuncios de Televisa y Proyecto 40, y también resulta que en la sala tres, la tercera más grande, las películas son proyectadas en miniatura, casi al tamaño de un televisor "gigante", quizá para compensar que en las dos salas más grandes la imagen desborda la pantalla y los decibeles superan la capacidad auditiva. Quizás estoy equivocado y ese es el efecto de las quejas buzón mediante. Quizá no estoy equivocado y si algo hacen con las quejas es usarlas como papel de baño. Con o sin buzón, estas quejas tienen años ventilándose por otros medios (este blog, por ejemplo), lo que lleva inevitablemente a la demanda, no petición ni sugerencia, de que se vayan todos de allí. Si entre todos no se hace uno con la sensibilidad y la capacidad física y mental necesarias para poner fin a un problema que cualquier otro en su lugar solucionaría en unas horas o minutos, o de un día para otro en el peor de los casos, que se vayan todos entonces. No es broma.

Una protesta al estilo de Jesusa Rodríguez y sus ingeniosas ocurrencias sería llevarles a los secuestradores del recinto -ya que no conciben más posibilidad que seguir cagándola- una cantidad inmensa de papel sanitario para que no echen mano de las «quejas y sugerencias» con el mismo fin.

En eso pensaba yo una lluviosa noche al atravesar la calle, cuando cierto anuncio luminoso, firmemente anclado a la banqueta, distrajo mi atención... digamos, como lo habría hecho un payaso. "Lo estamos logrando", afirmaba el anuncio. "¡60 mil árboles plantados en junio y julio de 2008!" Carajo, dijo mi otro yo. ¿En qué país del mundo habrá ocurrido eso? ¿Será que el síndrome de Foxilandia está reproduciéndose a escala defeña? ¿Será que los árboles de junio y julio fueron demasiados y por eso en agosto han arrasado con los de toda la vida, no solo en Portales y General Anaya, como he denunciado aquí, sino también en otras zonas de la ciudad, según lectores del blog?

Quizás he caminado por rumbos equivocados, porque la neta es que no he visto reforestación alguna en ningún lado. Por el contrario. Nada más en la pequeña franja verde que antecede a la iglesia, junto al Museo Nacional de las Intervenciones, hay quince árboles menos, de los cuales dos tenían un metro de diámetro. ¿Cuántos habrán talado en todo el rededor? ¿Cuántos en todo General Anaya? ¿Cuántos en toda la delegación y cuántos en la ciudad? ¿Sabrán sus brutales depredadores que los árboles son seres vivos y, en consecuencia, ellos son asesinos? ¿Tendrán una remota idea del tiempo que requiere un árbol para alcanzar un metro de diámetro? ¿Pensarán en la cantidad de oxígeno que nos daba? ¿Pensarán acaso? ¿A quién le estorbaban esos árboles? ¿A otros árboles? ¿A los faroles? ¿A los postes? ¿A la policía que alucina "malvivientes" entre las sombras? ¿A las cámaras del policía número uno de la ciudad, que si antes era el carnal Marcelo ahora es el Gran Hermano?

Algo me recordó a Héctor Sánchez, que aspiraba a ser gobernador de Oaxaca y, como presidente municipal de Juchitán, arrasó con todos los árboles que se atravesaron en su camino para encementar cuanto fuera posible hasta que ese gigante con piso de lodo mereciera llamarse ciudad, todo con la promesa de plantar después otros árboles, quizás en cantidades similares a las que devastó la urbanización del lugar donde hoy imperan, como en cualquier ciudad, los coches y su rastro de humo y ruido. "Hay que modernizarnos. Que nuestra gente aprenda a caminar por las banquetas".

Cualquiera que no esté ciego y viva en el sur de esta otra ciudad o esté de paso, puede caminar por las calles de Portales Sur y contar los lugares antes ocupados por árboles. "Aquí había uno", dirá, y unos metros más adelante: "Aquí había otro" (también puede contar los pasos entre una y otra excreción de perro, dicho sea entre paréntesis). Cualquiera puede caminar alrededor del Museo Nacional de la Intervenciones y hacer lo mismo. Quizás hay menos mierda ahora con menos árboles. Quizás hay menos asaltos a transeúntes y menos violaciones a muchachas que andan solas de noche. Dios quiera que así sea, o sea, amén.

El caso es que alguien plantó 60 mil árboles durante junio y julio en alguna parte que no es, ni por asomo, donde yo vivo. "Súmate como voluntario y reforesta en agosto y septiembre", agrega el anuncio con luminoso entusiasmo y singular alegría. Mi voluntad, en cambio, es llevar una tonelada de papel de baño a la Cineteca Nacional y cortar de tajo a los que siembran esta barbarie, este ecocidio, este holocausto de árboles.

Ya me ocuparé luego de los que bombardean objetivos civiles en Irak y Afganistán, asesinando principalmente a niños, cientos y miles de seres humanos en su más pura esencia (futuros terroristas, según los enemigos de la humanidad), mientras la patética y vergonzosa ONU les pide a los asesinos en masa que "tengan más cuidado, por favor". De eso me ocuparé cuando haya dicho que la película más reciente de Woody Allen es el anuncio de su franco declive. Que nadie se quede atrás de Clint Eastwood, otro decadente que, a diferencia del primero, gasta en sus lacrimosos bodrios suficiente dinero para alimentar a los niños que los gringos prefieren asesinar y, así como se alía con Spielberg para producir cine bélico a la vez conmovedoramente humanista, lo hace con otros magnates para convertir grandes extensiones de bosque en campos de golf.

Con la misma lógica de Bush el pequeño, que durante su campaña dijo acordar la guerra directamente con Dios, no sin antes confundir al talibán con un grupo de rock y proponer la tala de los bosques para evitar que se incendien... Con la misma lógica, decía yo, hay que demoler la estatua de la libertad para evitar que sea objetivo del terrorismo internacional... encabezado por Estados Unidos. Eso hay que hacer, pero antes hay que llevar una tonelada de papel "higiénico" a la Cineteca Nacional.


Marzo 10 de 2008


El martes pasado fui a ver Los albañiles, de Jorge Fons, en la sala seis de la Cineteca Nacional. Como suele ocurrir, el sonido era de pésima calidad y estaba tan fuerte que tuve que taparme los oídos de principio a fin. Además toleré que un tarado se riera a carcajadas y aplaudiera al mismo tiempo. Detrás de mí, dos parejas pateaban los asientos como desquiciados. A mitad de la función, uno de ellos se puso a platicar con singular confianza (como en una cantina, en medio del escándalo), hasta que troné; entonces guardó silencio y se quedó quieto.

Al terminar la película, había tres botes de cerveza, uno en cada asiento, algo nunca visto hasta hoy, al menos por mí. Alguien había dejado el programa del mes y otro folleto, quizá el oligofrénico de las carcajadas y los aplausos. Entró un policía y le pregunté si ya se permitía beber cerveza en las salas, a lo que respondió que no, pero que la gente lo hacía de todos modos; que una vez metieron cuatro caguamas en una bolsa y dejaron las botellas en la sala.

El policía me informó también que, al parecer, el área de no fumar, una especie de antesala en donde tenían lugar las llamadas "charlas de café", sería rentada (obviamente, a una empresa privada) para hacer de ese espacio un bar, lo que me hace sospechar -ingenuo como soy- que la Cineteca Nacional será privatizada gradualmente. ¿Y por qué no? Si los golpistas a nivel nacional pretenden hacer del estado de excepción en Oaxaca la regla general en México para lucrar con el petróleo, principalmente, ¿por qué no habrían de convertir este recinto institucional en otro Manacar sus secuestradores actuales? En muchos aspectos ya lo hicieron, incluso con «video digital», al cabo quién distingue entre alimento de calidad para el espíritu y una vil agresión a los sentidos.

Hablaba yo con el policía cuando salió el proyeccionista y le dije: "Oye, mano, ¿qué tiene que ocurrir para que te des cuenta de que el sonido lastima los oídos?". Así comenzó un lamentable desencuentro. Entre otras sandeces ofensivas, el cácaro balbuceó que la película era muy vieja y por eso había que poner el sonido muy fuerte, que yo no podía decirle cómo hacer su trabajo, que tal vez me había sentado junto a los que bebían cerveza y por eso estaba molesto, que ellos me habían molestado. "¿A poco a usted le revisan la mochila? Voy a acusarlo con mi jefe para que ya no lo dejen entrar". Y, aunque había terminado su jornada, intentó cerrar su caudal de incoherencia demencial y deshonesta con la siguiente frase: "y no voy a seguir perdiendo tiempo, hablando con usted", a lo cual contesté: "Vete a la verga, pendejo". Entonces enloqueció más o, como dice mi pueblo, se exaltó "su de por sí".

Además de exigir que haga bien su trabajo (quizás en un cine porno), puedo asegurar públicamente que si un médico imparcial revisara los oídos de este fulano comprobaría que los privatizadores en ciernes tienen empleados incompetentes (así les han de salir más baratos), sin las mínimas facultades que requiere, entre otras cosas, proyectar una película. A las pruebas me remito, inclusive para medir el coeficiente mental de esta gente, mientras descubro que sus ojos -extensiones del cerebro, por cierto- tampoco funcionan del todo bien en estos casos (1).

Por lo pronto, mi error de hablar con un microcéfalo confirma que los proyeccionistas son de un nivel inferior al de los policías y el personal de limpieza, y por eso ocurre lo que ocurre, pero también por el bajo nivel de los altos mandos. El hecho de que su director general, por mencionar un ejemplo, culpe de la disminución cuantitativa del público a un camión de naranjas, explica la disminución cualitativa del público. El hecho de que el mismo personaje, por mencionar otro ejemplo, promueva sus libros con recursos de la Cineteca Nacional, o lo hagan sus empleados, habla de la ética y la honestidad que, además de talento, faltan aquí.

El hecho de que haya un buzón de «quejas y sugerencias» para los empleados y no para el público es tan significativo como grotesco. Así los cácaros pueden quejarse de quienes les reclamen y sugerir que ya no los dejen entrar, y yo puedo quejarme de ellos y sugerir que, a partir de ahora, llamemos ácaros a los cácaros, por haber envilecido este noble oficio, tanto como sus jefes.

Si yo no demandara que se vayan todos, empezando por el pésimo crítico de cine y burócrata peor, Leonardo García Tsao, le preguntaría al «subdirector de operación de salas», Ernesto Favela Escalante: "¿Cuánto tiempo tiene usted trabajando aquí? ¿No será momento de retirarse ya? Si usted es el principal responsable de que los proyeccionistas sean literalmente unos descerebrados, quizá la solución sea que usted se vaya".

¿Qué será más fácil: prohibirme la entrada o echar de este lugar a los maestros del autosabotaje, la deshonra, la soberbia, la prepotencia y la estulticia infrahumana o estupidez rayana con la demencia? ¿Será tan difícil de entender que la Cineteca Nacional es mía, más que de ellos? Tarde o temprano, terminarán haciéndolo, porque al caminar de regreso a donde ahora escribo este coraje, decidí llevarlo hasta sus últimas consecuencias.

1) Actualización al viernes 14 de marzo. Acabo de ver Promesas peligrosas, de Cronenberg. Como siempre sucede en las salas uno y dos, que son las más grandes, la proyección de la cinta estaba fuera de cuadro, además de verse oscura y escucharse mal. Al principio, la imagen era tan grande que hasta los subtítulos quedaban debajo de la pantalla. El cácaro ajustó el tamaño, pero dejó fuera una parte. Entonces salí y le dije a la mujer de la dulcería lo que estaba pasando, y ella a su vez le gritó al cácaro desde el pasillo: "¡Que está mal enfocada (sic) la película!", a lo que otro grito contestó: "¡Está bien, aquí la estoy viendo!" Y la imagen siguió fuera de cuadro hasta el final.

Fui a la Subdirección de Operación de Salas, reclamé y me dijeron que iban a corregir el problema, así que volví a ver la película con la imagen... ¿cómo creen ustedes? A ver. ¡Adivinaron! Opaca y fuera de cuadro, sin el más mínimo cambio.

Ejemplos como este, abundan en el anecdotario.

Lo que sigue es una carta que envié por distintas vías a distintas instancias del próximo video bar con video juegos que todavía se llama Cineteca Nacional, carta que no ha respondido nadie, faltaba más. A riesgo de ser redundante y reiterativo hasta el aburrimiento, el cansancio y la náusea, la publico aquí para que la botella con mensaje de náufrago no se quede flotando en el mar de las instancias y algún día no muy lejano llegue a alguien.

México, D.F. Miércoles 27 de febrero de 2008.

A quien corresponda:

Ayer vi la película Mi madre, de Christophe Honoré, en la sala seis a las nueve de la noche. Hacia el final (mutilado, por cierto), el nivel del sonido fue aumentando hasta lastimar los oídos. Como es tradición aquí, nadie hizo nada al respecto. Siempre ocurre algo por el estilo en esas salas (las tres que están juntas). Otras veces, la imagen se desenfoca a mitad de la película y empeora progresivamente hasta que acaba todo y los ojos descansan por fin. Esta vez la agresión fue para los oídos y para que uno se acostumbre a salir con dolor de cabeza. Cuando no defraudan al público con exhibiciones en DVD (sin extender la imagen a lo ancho, en el peor de los casos), lo ofenden con fallas técnicas que no son tolerables en ningún lado y de ningún modo, pero nadie nunca ofrece disculpas ni explicaciones, a menos que alguien las pida y le vean la cara de imbécil, cuando la imbecilidad que desgobierna la Cineteca Nacional parece hacerse una con la deshonestidad y la soberbia.

En general, es demasiado lo que hay que padecer cuando uno vuelve a este recinto. Para empezar, las películas siempre se proyectan opacas y oscuras, y a partir de ese hecho (que antes criticaba el director general en turno), los motivos de queja son innumerables, como para escribir un libro que nadie leería...

¿Por qué no se dedican mejor a otra cosa, digamos, a vender palomitas de maíz en buen estado, que no causen diarrea, o naranjas a buen precio en el eje vial, algo que no eche a perder el cine y respete a su público?

Esa es mi queja, y mi sugerencia es que se vayan todos de aquí, porque ya está visto que ni entre todos se hace uno a la altura de lo que debería ser la Cineteca, porque les queda inmenso el paquete.

Atentamente, Iván Rincón Espríu

PD. Me permití dejar este mensaje en el buzón para «quejas y sugerencias» de los empleados porque no veo en ningún lado algo para que el público pueda hacer lo mismo. El mensaje lo dejé hoy a las 22:45 horas, después de ver Cobrador, de Paul Leduc, en la sala uno con la imagen más grande que la pantalla, o sea, con una pedazo proyectado en el muro, o sea, lo normal aquí.


Enero 31 de 2008


Leonardo García Tsao, funcionario cultural del desgobierno espurio, dice que el público de la Cineteca Nacional está disminuyendo, sobre todo los viernes en la noche, porque un camión se estaciona en Avenida Coyoacán para vender naranjas y causa trastornos tan graves que el tramo del eje vial comprendido entre Río Churubusco y el recinto -reducto de paz, tranquilidad, seguridad y confianza para quienes llegan en coche- resulta un caos en el que abundan los asaltos a peatones y conductores por igual. Al parecer del susodicho, es "arriesgadísimo" pasar de noche por allí o por Mayorazgo, la calle transversal, que "es una catacumba, ¡está oscurísima!" Caminar al metro después de la última función, ni se diga, es meterse a la boca del lobo. ¡Uy! Por cualquiera de las rutas posibles a pie, llegar a la cineteca, según su director, es tan peligroso como irse. ¡Mejor no vengan!

La paranoia y el miedo inducido suelen invadir y desbordar a la gente diminuta, física y mentalmente débil, como Leonardo García, que ha sido empleado de la cineteca toda la vida y ahora encabeza esta mole acéfala porque si tuviera un ápice de vergüenza cambiaría de oficio o habría renunciado a su cargo actual antes de asumirlo y no escribiría ni concedería entrevistas para que un medio impreso de circulación nacional publique su incontinencia de sandeces disléxicas; sería menos vanidoso, para empezar, y haría ejercicio para el cuello, por lo menos. Pero no tiene la culpa el indio, reza el proverbio racista, y nomás en La Jornada, que dejó la brújula en algún lugar de la Selva Lacandona, se les ocurre creer que, tratándose de cine, este mediocre personaje, es la neta del planeta.

Ahora resulta que la disminución del público asistente a la Cineteca Nacional es efecto de la inseguridad, así como de los problemas de vialidad causados por un camión de naranjas, que deben solucionar las autoridades locales, no las instituciones culturales del desgobierno federal usurpado. Nada tiene qué ver, por ejemplo, el hecho exasperante de que las películas siguen exhibiéndose oscuras y opacas, acaso más que antes, porque los proyectores son reliquias de museo, con el nostálgico ruido del motor que hace girar el carrete y contamina el audio de la cinta, reliquias de antiquísima obsolescencia como el propio director o el llamado "encargado de salas", un tal Ernesto Favela, que está para llorar. Llamar "encargado de salas" a este señor -reflexioné un día luminoso de brillante lucidez- quiere decir que allí hay gente que se encarga también de otras cosas, unas muy otras, como la producción de material impreso, por ejemplo, con citas o referencias bibliográficas a los bodrios que escribe el director en turno con su noción de la sintaxis también muy otra.

Nada tienen qué ver con la pérdida del público los proyeccionistas que "trabajan" allí; cácaros que, si vendieran naranjas en la calle, se esforzarían más y harían menos daño al cine y al público restante; proyeccionistas de imágenes más grandes que la pantalla, que además se desenfocan mientras ellos están en la luna, pensando quizá cómo completar el sueldo que reciben por su autosabotaje (al contrario de lo que suponen, si fueran menos miserables les pagarían mejor); cácaros que se van a mitad de la película por no quedarse dormidos o porque su turno termina antes que la función, al cabo el proyector se apaga solo (para eso no falta modernidad); cácaros que suben el nivel del audio cuanto más baja es su calidad, así lastime los oídos y provoque dolor de cabeza, o nos llevan de regreso al cine mudo y de ahí a los chiflidos y los gritos.

Nada de eso tiene relación con la baja cuantitativa y cualitativa del público. Todo es culpa de un camión de naranjas, según el autor del libro Cómo acercarse al cine, humor negro aparte, que ahora es más bien el principal responsable de lo que Felipe Cazals llama -no sin buena dosis de pedantería- "la desaparición del espectador pensante y el advenimiento del trastornado consumidor adocenado, cliente confortablemente ignorante y conformista". Las naranjas del camión estacionado en Avenida Coyoacán, por cierto, no han de causar diarrea, como las palomitas que venden en la cineteca.

¿A quién le importa, por ejemplo, que los ciclos o retrospectivas, foros y muestras, sean faltas desastrosas de respeto en las que nadie nunca ofrece disculpas jamás por la desorganización (para desastres, el que ocasiona un camión de naranjas en Avenida Coyoacán), o que el formato de las películas sea DVD, o sea, una mancha en la pantalla y ruido agotador en vez de sonido inteligible, al cabo el que no las conoce no tiene con qué compararlas y el que las conoce recuerda el pasado preferible al presente borroso? Ajá. ¿Qué importancia puede tener el lenguaje eufemístico de la deshonestidad, ese que dice, por ejemplo, "en inglés" como aviso tramposo de que la exhibición no tendrá subtítulos, como si las demás películas gringas o británicas estuvieran dobladas al español, o dice "proyección en DVD" como advertencia de que la imagen no será desplegada a todo lo ancho, tendremos que verla cuadrada y chata? ¡Nimiedades! ¿Acaso importa que además nos cobren, como si nada, por tolerar todo eso?

En "horas pico", el crucero de Río Churubusco y Avenida Coyoacán es un caos infernal, efectivamente, pero su causa no es el camión de naranjas, que tampoco se estaciona en doble fila, como dice García Tsao (bastante aberración es que lo haga en pleno eje vial como para endilgarle además doble fila), ni frente a la cineteca, sino en la entrada del panteón. Quizás el "crítico" de cine más vanidoso que cualquier actor del mundo confunde la entrada de la cineteca con la del panteón, en donde quizás hay más vida y respeto a la cultura que en la cineteca, donde quizás hay más muerte que en el panteón, sobre todo muerte mental.


Enero 22 de 2008


Aunque soy un cinéfilo apasionado y obsesivo, creo que no sería buen crítico de cine. Me moriría de hambre, seguramente. Para empezar, suelo enterarme de las "novedades" cuando ya no lo son, como ocurrióme con Zodiaco, de David Fincher (volviendo al tema), cinta de la que supe hasta que se exhibió en la Cineteca Nacional, o sea, meses después de su estreno comercial (es que ese no es un lugar comercial, sino "cultural", pensarán los incautos). Además, mi apreciación jamás coincide con la de "críticos" como Leonardo García Tsao, actual responsable del secuestro que padece dicha institución, o Carlos Bonfil, el "crítico" más acrítico y complaciente que he leído, por lo menos en La Jornada, o los comentaristas menores, por no decir ínfimos o infinitesimales, que escriben columnitas en revistotas con dinero en abundancia y escaso talento. De los que pululan en Internet o perpetran las "sinopsis", mejor ni hablar.

Leonardo García (volviendo al tema), el que supuestamente dirige la cineteca y se la pasa viajando al mismo tiempo (¿con el dinero que pagamos en la taquilla o del presupuesto, o sea, de nuestros impuestos?), es tan oportunista y ególatra que ahora el material impreso que produce la institución, en cuanto es posible, se remite a sus libros (los de García Tsao). ¿O qué? ¿Algún burócrata menor, por no decir ínfimo o infinitesimal, quiere quedar bien con su jefe haciéndole publicidad? Lo cierto es que antes de que don vanidoso fuera el director, ningún folleto ni tríptico ni díptico, vaya, ni siquiera un volante, publicado por la cineteca, lo citaba ni usaba sus libros (los de García Tsao) como fuente o referencia bibliográfica, mucho menos de un modo tan prolijo como ahora. Por lo demás, si esos libros están escritos como los bodrios que publica La Jornada, peor tantito.

Y ahora que el señor mediocridad es su director, la cineteca empeora todo lo posible, acaso como Radio Educación (en realidad ignórolo, porque tengo más de un año de no escuchar esa cosa), o sea, hasta el límite de la tolerancia pública, que es demasiada, para mi gusto. ¿Se tratará, acaso, del mismo síndrome?

En fin, mis incontables lectores. Yo nomás quería decirles que tan pésimo crítico de cine sería yo (sobre todo, tan tardío), que he restituido un texto publicado aquí el 30 de octubre, eliminado al corregir el texto anterior sobre Zodiaco y volver a publicarlo dos días después. Carajo. Por lo menos soy autocrítico, ¿no? (aquí tienen que imaginarme con los ojos bizcos y la voz gangosa).

PD. Acá entre nos, también quería pegarle otra vez al hombre de las vanidades, porque no me acabo la cólera de tener que renunciar (como lo hice con Radio Educación, por salud mental) a la Cineteca Nacional, lugar con el que tengo/mantengo desde hace 25 años una íntima y masoquista relación.


Enero 14 de 2008


Cuando uno lee bodrios como el de Leonardo García Tsao sobre la «remasterización» de Blade Runner, queda claro por qué la Cineteca Nacional cree que son aceptables sus sistemáticas estupideces. Cuando el director de ese lugar escribe como escribe, uno entiende que haya, por ejemplo, "sinopsis" como la de Zodiaco (2007), de David Fincher, en el sitio web de una institución cultural que compite con Radio Educación en estulticia y mediocridad. Hela aquí, textual...

Zodiaco sigue la historia de un asesino en serie que hizo estragos en California, durante los 60 y 70, y la de los hombres que intentaron capturarlo. Mezcla de drama policiaco y película de monstruos, el filme se distingue por su cuidadosa construcción y la minuciosa atención en cada detalle, rasgo particular del cine de Fincher.

Un ejemplo mínimo de que la cineteca no se caracteriza precisamente por su talento es este bodrio de un solo párrafo. "Zodiaco sigue la historia", dice y, como si perpetrar semejante redacción no fuera suficiente, ahora resulta que "un asesino en serie" (un asesino en serio daría menos risa que un asesino en serie, o sea, varios asesinos idénticos, porque era mucho pedir que fuera un asesino serial) "hizo estragos en California, durante los 60 y 70"... Las dos comas de más no importarían si el autor del párrafo supiera que el Asesino del Zodiaco surgió como tal a fines de los sesenta. No tenía que leer nada al respecto. Con que hubiera visto la película habría bastado para saberlo. ¿"Mezcla de drama policiaco y película de monstruos"? ¿Qué carajo es un "drama policiaco"? ¿Un thriller, acaso, o el momento en que la policía se pone dramática? ¿"Película de monstruos"? ¿Como King Kong y Goxila, Drácula y Nosferatu, o como Pedro Infante y Jorge Negrete? Si hay algo monstruoso aquí es esta "sinopsis" que no se conforma con su monstruosidad y afirma con pedantería propia de intelectualoide cafetero que "el filme (sic) se distingue por su cuidadosa construcción y la minuciosa atención en cada detalle". Vaya. Nomás le faltó decir "serial-killer" para ponerse a tono con Letras Libres. La "cuidadosa construcción" de esta "sinopsis" no escapa a "la minuciosa atención" de mi parte en cada minucia, o sea, como quien dice, "ahí está el detalle", ¿me explico? El hecho de que los personajes de la película no envejecen en 24 años, por ejemplo, ¿es uno de los detalles minuciosamente atendidos? Si esa "cuidadosa construcción" y demás redundancias chapuceras son un "rasgo particular del cine de Fincher", entonces nadie más tiene cuidado en el cine que hace. Por lo visto, aquí se dedican a la "cuidadosa" deconstrucción del cine y la "minuciosa" destrucción de su público, al menos el que piensa. Eso me dice la "sinopsis" minuciosamente despedazada y también la que sigue, de Plan 9 del Espacio Exterior.

Después de haber fracasado ocho veces para (sic) apoderarse de la Tierra, unos invasores extraterrestres deciden resucitar a los muertos y usarlos como ejército. Esta película redescubierta en los años 80 fue llamada "La peor película de todos los tiempos", gozando desde entonces de un culto cinéfilo mundial.

Si el peor cine "de todos los tiempos", incluyendo el tiempo muerto, goza "de un culto cinéfilo mundial", la cineteca y su director deberían "gozar" de un reconocimiento público a la imbecilidad concentrada. He aquí el mío, a ver si les puede... ¡Sí, cómo no!


Julio 10 de 2007


Letras Libres en la Cineteca Nacional

En la Cineteca Nacional hay ejemplares gratuitos de Letras Libres, lo cual me plantea varias posibilidades: a) que la revista de los Krauze y compañía no se vende y hay que regalarla para que alguien la lea; b) que el público de la cineteca es demasiado culto como para leer esa cosa y nomás regalada llega a sus manos, lo cual no quiere decir que la lea; c) que García Tsao está compartiendo un regalo que le hicieron los Krauze por hablar bien de ellos; d) que García Tsao compró un lote de Letras Libres a cambio de que los Krauze hablen bien de él...

En fin. Variando y desvariando las posibilidades, se me ocurre que, según los Krauze y su mafia, el público de la cineteca simpatiza con García Tsao y su mafia (lo cual sería tanto como creer que el público de Radio Educación simpatiza con Lidia Camacho y su mafia). Quizá los Krauze fueron a ver una película del ciclo de "humor irreverente" y, al escuchar las estúpidas risas, pensaron que allí había lectores potenciales de su revista. Quizá fueron a ver alguna de las grandes obras que destrozan allí olímpicamente y con total impunidad y, al observar que nadie protestaba, se dijeron: "Han de ser adeptos de nuestra causa".

Lo cierto es que Letras Libres debería llamarse más bien Letras Liberales o, mejor aún, Letras Neoliberales. De tanto promover la aniquilación del mundo árabe en aras de la comodidad judía y mostrar el cobre de su ideología y reaccionar cada vez que algo acciona y comprar mercenarios de "izquierda" (neutros, tibios, ambiguos, acomodaticios y demás por el estilo) para su ejército de intelectuales de derecha, tan hábiles en el mimetismo camaleónico como diestra es la CIA en el oficio de infiltrarse y destruir desde adentro todo lo que se mueve con vida propia... De tanto ir el cántaro al agua, decía, al fin se rompió. O ¿alguien ha olvidado el episodio de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara (2002), "secuestrada por la delegación cubana" (Krauze dixit), cuando el público se enteró de que la revista Encuentro, contraparte de Letras Libres, tenía financiamiento de la CIA, y su director, punto menos que un genio, envió una carta a La Jornada y otros diarios aclarando que su relación con la agencia de "inteligencia" gringa era indirecta? O sea, sí pero no mucho, nomás tantito. ¿Por qué no suponer entonces que los Krauze y Cía. reciben, por su parte, dinero del Mossad?

Cuando Enrique Krauze propuso que México participara en la destrucción de Irak a cambio de un acuerdo migratorio con el gobierno gringo, un antiguo colaborador suyo me dijo que, si algo buscaba este personaje, no era la embajada de México en Estados Unidos o por lo menos un consulado (un consolador, en su caso) para luego invertir los papeles, como hacen los traidores y como anunciaba y denunciaba yo, sino simplemente asegurar su visa y la de su familia. ¡De ese tamaño es la mezquindad de esta gente! O ¿alguien ha olvidado que el "historiador" recomendó la amnesia con respecto a los crímenes del pasado (68, alconazo, guerra sucia...) para empezar una nueva vida "democrática" sin rencores?

Los Krauze y Cía. son partidarios de asesinar niños y mujeres en Irak y donde sea, siempre que sean árabes. Letras Libres promueve, desde la "cultura" (como llaman a la imbecilidad que infesta la televisión y la radio, los periódicos y las revistas), la "libertad" como eufemismo de la destrucción del planeta y la degradación humana, la militarización con patrañas como las de Bush y Calderón (la pesadilla de Orwell), la intervención gringa en México, el capitalismo en Cuba...

Antes de escribir estas líneas, busqué el índice del ejemplar que tomé del mostrador en la dulcería, toleré ocho páginas consecutivas de publicidad a cuatro tintas, confirmé que Gustavo García, desde hace años, no escribe más en este pasquín de lujo y lo eché a la basura o, mejor dicho, lo junté con la demás. Estoy seguro de no haber privado a nadie de la libertad de leer lo que ahí se dice porque, al salir de la sala de cine, había casi la misma cantidad de ejemplares que cuando llegué y nadie, ni siquiera por el vistoso nombre de Vargas Llosa, quiso llevarse. Por lo visto, el público cinéfilo que concurre en este recinto no es admirador de los Krauze.


Julio 6 de 2007


Por fin he visto El violín, de Francisco Vargas. Con su desorganización habitual y la presencia del director y varios actores (entre quienes brilló por su ausencia don Ángel Tavira) y colaboradores, la Cineteca Nacional exhibió hoy la película con una copia mala y en un formato que, por gestión de los realizadores, será otro la próxima semana. La película me gustó, pero coincido con Hermann Bellinghausen en la apreciación de que Francisco Vargas no tiene mucha idea de qué es una guerrilla ni una comunidad indígena (aunque él mismo dice a los cuatro vientos que su mujer es etnóloga... ¡ah, bueno, menos mal!).

Después de la función hubo una charla entre el director y el público (afortunadamente, no estuvo presente Leonardo García); los actores y demás hicieron un papel de comparsas, y Francisco Vargas se mantuvo a la defensiva, me parece, o es más bien un soberbio, impermeable al más mínimo reclamo. Después de felicitarlo por la aceptación del público y la crítica, le pregunté si el relato de don Plutarco ("en el inicio de los tiempos", etcétera) estaba inspirado en el viejo Antonio, y contestó, en resumidas cuentas, que así como el viejo Antonio estaba inspirado en el Popol Vuh y la cosmogonía maya, el relato de don Plutarco tenía un valor universal, por lo que supongo -eso no se lo pregunté- que el viejo Antonio, según él, es un personaje inventado por el Subcomandante Marcos. Le dije que me había molestado particularmente la secuencia en donde entrenan igual y al mismo tiempo, como en un juego de espejos, el ejército federal y la guerrilla, como si fueran la misma cosa o pudieran equipararse de esa forma, y contestó que quizá la guerrilla que yo conozco no es así, pero la que él conoce sí. Le pregunté qué opinaba de las críticas de Bellinghausen en el sentido de que un ejército de ocupación en una región indígena tenía como principales aliados a la prostitución y el alcoholismo, y que difícilmente un grupo guerrillero conseguiría sus armas en el mercado negro acudiendo a una cantina-prostíbulo, y contestó que no tenía por qué apegarse a la realidad, que era una película, no un documental. Y al señalamiento de que su película mostraba a los indígenas como ingenuos y torpes, contestó que no eran indígenas ni torpes, que era la historia de un señor que quiso ayudar a su gente y cometió un error.

Entre otras cosas, me faltó hacer un comentario sobre la pistola que los soldados le dan a don Plutarco, "pa' que se eche un taquito en el camino". Que alguien me explique eso, por favor, que no lo entiendo y, por más interpretaciones que le doy, ninguna me convence, como tampoco me convence la apasionada defensa que hace Francisco Vargas de su trabajo.

En fin. Me quedé con la impresión de que, en vez de hacer una buena película, su director y guionista quiere convencer personalmente al público mexicano de que hizo una buena película (el reconocimiento internacional lo respalda). Yo diría que es un trabajo interesante, pero que su autor haría bien si fuera más receptivo, si estuviera más abierto y aceptara las críticas, porque son válidas y son muchas. Al final de la charla, que fue bastante larga, se le salió su yo con una broma por demás elocuente y torpe, como sus personajes campesinos que no son indígenas ni torpes. Dijo: "Si les gustó la película, recomiéndenla, díganle a la gente que venga a verla, y si no les gustó, cállense, no digan nada".

Sobre todo por el fenómeno actoral de don Ángel Tavira, a mí sí me gustó la película... pero no mucho, y por eso lo digo.


Marzo 24 de 2007


Fue toda una sorpresa que el nuevo director de la Cineteca Nacional sea Leonardo García Tsao, ese gran crítico de cine que puede prescindir de su memoria y referirse a ciertos pasajes de películas exactamente al revés de cómo son; ese gran formador de criterio, para quien "lo mejor" de Oliver Stone es Salvador, "lo peor", Asesinos por naturaleza, y "lo más relevante" del cine, en su momento, Superman; ese señor inexplicablemente vanidoso que, por lo menos, una vez criticó a la propia cineteca por exhibir oscuras las películas. Ahora que él es el director, las películas no se proyectan menos oscuras ni su exhibición en general es menos desastrosa; por el contrario, las interrupciones son más frecuentes y prolongadas, las fallas de sonido también, a las cintas les faltan fotogramas; a veces empiezan tarde y -quizá para ahorrar el tiempo perdido en el retraso- se saltan el principio, algo que nunca ocurría aquí, ni ocurre en ningún otro lado.

El miércoles pasado, en el marco de una retrospectiva de Guillermo del Toro, programaron Cronos (1992), con la presencia del realizador. La función era a las 19:00 horas y los boletos se agotaron a las 17:00, pero la película comenzó con una hora de retraso, después de hacernos esperar más de media hora formados para entrar; se proyectó en dos salas simultáneamente y en la que no estuvo Del Toro anunciaron una exhibición de cortometrajes suyos que resultó ser pura música, nada de imagen; cuando concluyó la música, aparecieron los créditos y el público soltó una carcajada; entonces vimos en circuito cerrado la segunda parte de la plática, no con el público, sino con el director del recinto.

En la espera, gracias a que soy arrolladoramente sociable, me enteré de que la biblioteca del lugar había contado siempre con material gratuito, pero eso se acabó con el ascenso de García Tsao.

Yo tenía especial interés en el encuentro con Del Toro porque, para empezar, esperaba ingenuamente que charlaría con el público, no solo con el vanidoso, y planeaba preguntarle si estaba enterado de la forma en que le dieron en la madre a su obra maestra precisamente allí, donde jamás ofrecen disculpas ni explicaciones (a menos que uno las pida y le vean la cara de pendejo). También me hubiera gustado preguntarle al que nunca deja pasar la oportunidad de lucir su cara si todo seguirá como hasta ahora o cambiará siquiera lo que antes criticaba. Pero eso tampoco sucedió. Y hoy me pregunto si será posible la honestidad en los funcionarios culturales del salinismo con sotana. Por lo visto, no.


Julio 24 de 2006


En tiempos de canallas hay que ver mucho cine. Por eso, en estos días, he visto Un mundo maravilloso, de Luis Estrada, El creyente, de Henry Bean, La historia de Marie y Julien, de Jacques Rivette, Romance criminal, de Michele Placido, 1973, de Antonino Isordia, La Sra. Henderson presenta, de Stephen Frears, y Smoking room, de Roger Gual y Julio D. Wallovits, entre otras. Se trata de cintas al menos interesantes en todos los casos, por lo que apena verlas en la Cineteca Nacional (Ver Hijas de su madre, las Buenrostro, de Busi Cortés, en cambio, es una pena donde sea).

Durante la pasada Muestra Internacional de Cine llegué a la amarga conclusión de que, por su cercanía, la cineteca está bien para conocer allí todas las películas que se pueda y, cuando alguna valga la pena, hay que verla de nuevo en cualquier otro lugar. Pero, ¿mientras tanto?

Este miércoles vi La historia de Marie y Julien. Intenté verla el martes, pero media hora antes de la función ya no había boletos. La sala tres, en donde se exhibía originalmente, estaba en "remodelación" de última hora; pasaron la película a la sala siete, que es diminuta, y los boletos se agotaron rápidamente, por lo que yo, después de haber organizado mis actividades del día en función de la función, tuve que regresar el miércoles. Y el miércoles, otra vez a última hora, cambiaron la cinta de sala.

Al principio de la película (que dura dos horas y media), los flancos de la pantalla hicieron corto circuito y algunos espectadores comenzaron a chiflar; entonces la cinta se hizo oscura y muda; luego volvió a tener sonido, pero siguió siendo oscura, como suele ser el cine en ese lugar; después, la imagen se hizo más grande que la pantalla y los subtítulos quedaron mitad dentro y mitad fuera, por lo que algunos espectadores volvieron a chiflar. Los flancos de la pantalla hicieron corto de nuevo y todos los trastornos se repitieron, ahora con la proyección de una gran sombra (el cácaro) en la pared derecha de la sala. El final de la cinta fue mudo y, a la salida, el público parecía muy divertido con dos horas y media de fallas. Nadie reclamó ni, mucho menos, exigió la devolución de su dinero... ni siquiera yo.

El domingo anterior vi Romance criminal; compré mi boleto con quince minutos de anticipación, pero tuve que hacer cola durante media hora para entrar a la sala dos; cuando me senté, el público todavía no terminaba de entrar, pero la película ya había empezado; vertiginosa y violenta de por sí, además le faltaban fotogramas.

En la misma sala, durante el ciclo de Pier Paolo Pasolini, a principios de este año, tuvimos que hacer cola durante cuarenta minutos y después tolerar que en la entrada hubiera cinco personas haciéndose bolas con la dificilísima tarea de recoger los boletos, y que, además del retraso en la proyección de la cinta, nos recetaran diez minutos de anuncios comerciales y del gobierno, algo hasta entonces inconcebible.

Nunca, en ningún caso, alguien ofrece disculpas o explicaciones, ni nada por el estilo. Carajo. Si existen seres capaces de crear obras de arte geniales, ¿es mucho pedir que podamos verlas sin problemas?, ¿es mucho esperar que alguien las exhiba sin cometer estupideces?

Aquí las películas se proyectan siempre opacas, tanto como sea posible, mientras uno pueda inteligir lo que sucede; algunas cintas están cortadas y se pierde la correspondencia entre el sonido y la imagen; cambia de amplitud la proyección y los subtítulos quedan fuera de la pantalla... Y el público, al parecer, como si nada; nadie se queja y, en consecuencia, la cineteca sigue empeorando sin preocupación alguna, como si los responsables de toda esta basura supieran que público nunca falta; quizá lo que falta es una forma de canalizar las quejas; quizá lo que falta es el incendio de una sala llena de gente para que alguien se queje.

El año pasado, por ejemplo, en el estreno de Rosario Tijeras, que es una pendejada de película, se presentaron el director y la actriz principal, que son un par de pendejos, así como un grupito de yuppies igual de amanerados, para platicar con el público o, más bien, para escuchar sus loas de idiotas impresionables. Todos los que tomaron el micrófono estaban seducidos por el vacío argumental, la imitación del estilo gringo y las tetas de silicón. Ahora está de nuevo en cartelera la pendejada esa, junto con Los productores y Una película de huevos, lo cual no me sorprende, pues el año pasado concluyó con Cero y van cuatro, o como se llame aquel bodrio infame con actores de televisa, dinero de televisa y valores de televisa, algo explicable en el multicinema de Coyoacán, con el que parece competir la cineteca. Lo que no entiendo es por qué no exhibieron también Los cuatro fantásticos y La niñera a prueba de balas.

Nunca faltará público en la Cineteca Nacional, sobre todo el que deja prendido su celular y lo contesta con singular chiorchia, comenta en voz alta su estúpida impertinencia, ríe a carcajadas y aplaude al mismo tiempo hasta por el descuartizamiento de niños, salta sobre su asiento, patea el de enfrente y señala con la mano la pantalla. Ese es el tipo de público que busca la Cineteca Nacional, para que no se queje, para que no critique, para que se trague lo que le den y esté contento y regrese. Pero en el baño principal hay una cámara para que no se robe las llaves del agua, que son seis y solo sirve una. Y en el resto de los baños hay llaves automáticas, para que nadie las deje abiertas, llaves que tiran el agua mejor cuando uno termina de lavarse, y la sigue tirando cuando uno se seca, y la deja de tirar cuando uno sale huyendo del penetrante olor a orines. Las taquillas también se "modernizaron"; ahora tienen micrófonos y bocinas en ambos lados del vidrio. Y el piso de la plazoleta es más "moderno" que el di antis, que tenía nombres escritos de gente que en su casa la conocen. Subieron los precios, tanto en la taquilla como en la cafetería, y la librería sigue siendo la más cara de la ciudad. Todo está bien chiro ahí, me cae; cada vez se parece más al Manacar.


Abril 25 de 2006


Ayer coincidí con Jesusa Rodríguez, Liliana Felipe y Elena Poniatowska en la Cineteca Nacional; vimos la misma película en la misma función y, obviamente, en la misma sala, sentad@s inclusive en la misma hilera de asientos, casi juntos, pero no me percaté de ellas sino hasta el final, cuando se levantaron y se fueron. Como suelo esperar a que terminen los créditos y además me gustaba la canción que los acompañaba, dejé pasar la oportunidad de saludar a estas tres celebridades. Quizá Jesusa hubiera preguntado qué me parecía la película y yo habría contestado que me parecía un buen trabajo, pero muy difícil de apreciar con una proyección tan mala, tan oscura, tan opaca, o sea, como siempre sucede allí, pero ahora más, porque todo está cada vez peor. Supongo que las tres habrían compartido conmigo el disgusto y la frustración de no tener a quién reclamar por esta falta de respeto al cine y, sobre todo, al público. Quizá Liliana o la misma Jesusa hubiera preguntado cómo está mi papá y yo habría contestado que mi papá sufrió un infarto al miocardio hace diez días y sigue hospitalizado. "Todo está bajo control", habría agregado yo para no alarmarlas. Y no me hubiera despedido de ellas sin decirle a Elena que es un honor saludarla, especialmente ahora que, por todos los medios, las hienas transmiten su rabia. Nada de eso ocurrió; terminó la película y fui el último en salir de la sala; pasaban de las once de la noche y una lluvia de abril seguía cayendo sobre la soledad de la calle en mi regreso a casa.